La arquitectura bioclimática trata de adaptar las construcciones a su entorno, de manera que el consumo energético sea mínimo, a la vez que se logra un alto grado de confort. En la arquitectura bioclimática se aprovechan, entre otros, la luz natural, la ventilación y la orientación del edificio para disminuir el consumo energético por iluminación, calefacción y aire acondicionado.
Una ventana, por ejemplo, es un elemento de construcción convencional que puede ser utilizado con criterios bioclimáticos. Una ventana es un elemento que permite captar luz natural y crear ventilación, dependiendo su utilidad de su orientación. Si se quiere mucha luz natural, se colocarán grandes superficies acristaladas. Si se quiere ventilación, se colocarán las ventanas enfrentadas, de tal forma que, al abrirlas, se produzca una corriente de aire. Pero para conseguir los efectos deseados se tiene que tener en cuenta la adecuada orientación de las ventanas.
Cuando el sol incide sobre una ventana, atraviesa el cristal y penetra en la vivienda: tiene lugar el efecto invernadero (que es el mismo de los invernaderos que se utilizan para cultivar plantas o verduras). La radiación solar incide sobre la Tierra en forma de radiación de longitud de onda corta (radiación ultravioleta), llega hasta la vivienda y atraviesa la ventana; al chocar contra cualquier elemento de la casa se refleja una parte, siendo el resto absorbido por el mismo elemento. La radiación absorbida vuelve a la atmósfera en forma de calor, que es una radiación de longitud de onda larga (radiación infrarroja), que ya no es capaz de atravesar el cristal de la ventana, por lo que ese calor queda “atrapado” en la casa.